La isla Veremyn en el mar Srkar era un mundo dentro de otro.
En el puerto del norte, las velas azules de los comerciantes de las islas
hermanas se mueven perezosas, por el impredecible viento de la bahía Zafiro.
La plaza principal es el epicentro del crimen y los negocios
de la isla. En su centro, la estatua de Thassa ama de los mares, ofrendas de
plata y flores se amontonan a sus pies.
El susurro del continente se volvió un rumor como la marea,
Silas el Emperador murió. Los comerciantes sonríen con ambición, la ruta de las
monedas escondidas volvería a fluir como el rió Orath.
Desde las sombras inquietas del mercado índigo, una
sacerdotisa de velo cobalto camina junto a otra de velo esmeralda. El sonido de
sus pulseras acompaña sus ágiles pasos. Sus palabras eran breves como las olas, ocultas por los muros
del templo de la madre del océano.
El mayordomo del palacio aseguro con solemnes palabras, Elis
de Azzel única hija del maldito emperador. Es la monarca del imperio, protectora
de las fértiles praderas, cordilleras nevadas y ríos tumultuosos. Regidora de
las ciudades de Loth, Morthyth y Belial.
_Espadas que señalan a la corona_ Murmuro la primera
sacerdotisa _Cadenas sobre sus manos y pies.
_¿La semilla de Silas será fuerte?_ La pregunta era el miedo
que las mujeres santas enfrentaban.
_Silas era el "noble destructor" pero su hija es
llamada "la portadora de la Luz"_Repuso mientras vigilaba las puertas
del templo.
Hombres sin fe, rodean el templo saben que ellas están ahí.
Sin protección y sin armas para defender su honor.
Ambas se miran con tristeza pero decisión, tomaron las lámparas
perennes y rezaron a Cassia y Thassa. Cuando los hombres entraron sonreían con
maldad, peleando por cual sería el primero en mancillaras. Olvidando que Thassa
era la dueña del templo, la madre de todos los mares y sus venenos.
Tomadas de la mano se bañaron en el fuego líquido, así como
el mismo templo ardió. Demasiado tarde para escapar, los 50 soldados de fortuna
fueron el tributo de la diosa de las aguas.
Continua en Tan frío como la plata