Continuacion de El ocaso de los amantes
¿Cómo sonreír cuando su corazón la extraña? ¿Cómo se borra
la calidez de la piel amada? Se pregunta el Conde de Belial. En su mente sabe
las respuestas pero, se niega a olvidar esos días del verano.
Su padre le dirá que nada pueden dar sus manos a la
emperatriz, nada digno de su rango. Ni un ejército, tierras y oro. Reyes de
otras tierras serán los candidatos de compartir su mesa y cama. Cuando piensa
en eso, Alaistar pierde la calma. Ella es su sangre, el fuego que lo mantiene
vivo y su luz más preciada.
En sus sueños, ellos vivían en un castillo en las
tormentosas islas Nixlin, ella era suya y de nadie más. Pero el mundo tenía un imperio y ese imperio
exigía un gobernante. En la corte itinerante, se decía que la emperatriz pronto
se casaría. Una unión con el reino de Mantor para acallar la inminente guerra.
Un fastuoso ritual de alianza con la ciudad-estado del sur con todo el oro que
pudieran gastar.
Cuando la corte llegó a Belial, no pudo verla hasta la cena
de bienvenida. Sus ojos verdes lo evitaban, simplemente se limitaban a vigilar
a los nobles y sonreír con cortesía. Pero él era una sombra molesta en su
camino. ¿Era el fin?
“Por qué no he de entender, si está todo dicho. No simules
piedad tengo mis ojos encima de ti”. Decía una vieja balada de las tierras del
sur. Su corazón estaba sangrando por su hielo, era irracional pero solo podía ver
su dolor y el espacio que lo cortaba en pedazos.
Ni el vagabundo más miserable sentía la angustia del
poderoso Conde. Vio a su padre hablando con el Duque de Morthyth, a su lado estaba
una joven de rubios cabellos. La mirada de aprobación de la emperatriz, fue su
condena.
En la mente de Alaistar solo había
una pregunta, pero ya nada podía hacer. Su emperatriz había aprobado la unión de
las casas Belial y Morthyth por matrimonio.
Continua en Cada verano reclama su invierno
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