2 ago 2018

La cadena dorada



Continuacion de El ocaso de los amantes

¿Cómo sonreír cuando su corazón la extraña? ¿Cómo se borra la calidez de la piel amada? Se pregunta el Conde de Belial. En su mente sabe las respuestas pero, se niega a olvidar esos días del verano.
Su padre le dirá que nada pueden dar sus manos a la emperatriz, nada digno de su rango. Ni un ejército, tierras y oro. Reyes de otras tierras serán los candidatos de compartir su mesa y cama. Cuando piensa en eso, Alaistar pierde la calma. Ella es su sangre, el fuego que lo mantiene vivo y su luz más preciada.
En sus sueños, ellos vivían en un castillo en las tormentosas islas Nixlin, ella era suya y de nadie más.  Pero el mundo tenía un imperio y ese imperio exigía un gobernante. En la corte itinerante, se decía que la emperatriz pronto se casaría. Una unión con el reino de Mantor para acallar la inminente guerra. Un fastuoso ritual de alianza con la ciudad-estado del sur con todo el oro que pudieran gastar.
Cuando la corte llegó a Belial, no pudo verla hasta la cena de bienvenida. Sus ojos verdes lo evitaban, simplemente se limitaban a vigilar a los nobles y sonreír con cortesía. Pero él era una sombra molesta en su camino. ¿Era el fin?
“Por qué no he de entender, si está todo dicho. No simules piedad tengo mis ojos encima de ti”. Decía una vieja balada de las tierras del sur. Su corazón estaba sangrando por su hielo, era irracional pero solo podía ver su dolor y el espacio que lo cortaba en pedazos.
Ni el vagabundo más miserable sentía la angustia del poderoso Conde. Vio a su padre hablando con el Duque de Morthyth, a su lado estaba una joven de rubios cabellos. La mirada de aprobación de la emperatriz, fue su condena.
En la mente de Alaistar solo había una pregunta, pero ya nada podía hacer. Su emperatriz había aprobado la unión de las casas Belial y Morthyth por matrimonio.

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