29 abr 2021

En el centro de la telaraña

 


Continuación de Todos los nudos pueden romperse

Doce carromatos de color verde oscuro ingresan a la capital imperial, en ellos esta el sello de la dinastia esmeralda. Nobles, guardias y sacerdotisas los ocupan, la corte itinerante llegó a su fin.

En las calles, los habitantes se amontonaban para ver la procesión de los carros a su destino final, el palacio. Las calles estaban animadas, el perfume de carne asada con jazmines anunciando la llegada de la Luz del poder se podía sentir en cada esquina, en cada hogar como el presagio de un reinado de paz y prosperidad. 

En el carro imperial, Satine supervisaba todos los detalles, el vestido de la emperatriz, las comandas imperiales y las cartas. La pierna mecánica chirriaba a modo de protesta, hacía días que la joven no le daba un mantenimiento correcto, apenas dormía o comía. Realmente extrañaba a la novicia Moria, suspiro con resignación, suponía que pronto podría delegar las numerosas responsabilidades que tenía. El dolor de la pierna era cada vez más molesto, caminaba arrastrándose de un lado a otro. A veces pensaba en su padre y madre, en el momento que decidieron cortar su pierna atrofiada y darle la maravilla mecánica del maestro del gremio de su ciudad. Tanto querían a sus hijas sin defectos y lo lograron. La emperatriz fumaba su pipa, mientras leía una de las cartas de la Marquesa Giska. Podía distinguir su caligrafía holgada y con tachones, su sacerdotisa no estaba con ella. Miro las calles de la capital, en un momento se sintió enferma, agotada y extrañamente extrañaba su hogar. Una melancolia inutil para sus estándares, nada la esperaba en la mansión Soleil. Pero sin embargo, extrañaba a sus hermanas. 

Uno de los guardias aviso que pronto llegaron a la entrada del palacio principal, allí esperaban la corte y la madre de la emperatriz, las pocas damas de compañía terminaban con los preparativos, mientras la Luz del poder apagaba su pipa con tranquilidad. Desde la llegada de la fatídica carta de las sacerdotisas de Thassa esta estaba de un humor frío y sosegado. Por esa razón Satine se mantenía alerta ante cualquier cosa.




La joven noble sabía que debía hablar con su majestad por su futuro, permanecer en el palacio esmeralda era su objetivo, un lugar entre los miembros del consejo de las flores el sueño que la mantenía cada noche sonriendo. _ Alteza _Se inclinó levemente_Se que pronto la corte itinerante terminara, por eso queria_Satine enmudeció cuando Elis levantó su mano izquierda, sus ojos mostraban una franca molestia como quien ya sabe la pregunta y la respuesta es indiscutible. El frío metal de su pierna la mantenía en pie consciente, como esperando el golpe. Mientras que su mente pensaba, los mil y un caminos: Los buenos, los malos y los peores. Siempre de pie, siempre consciente de que un paso equivalen a mil y una palabra a un corte de espada. 

_Cuanto es suficiente, Lady Satine?_Pregunto de manera curiosa, sin esperar la respuesta continuo_Siempre me pregunté qué motiva a los nobles a quedarse en la corte, pregunta estupida que me hacía a los 12 años. Hasta que mi madre me mostró de lo que eran capaces si no los manteniamos en la capital. A nuestro alcance._Esas palabras tenían un tinte amargo. Mientras que Satine escuchaba con atención, cada palabra valía oro y si era de la emperatriz mucho más.

_Podes quedarte como mi dama de compañia como regalo por los momentos vividos en el viaje_Sonrio mordazmente, ante la mirada agridulce de la joven. Los recuerdos de esa experiencia estaban teñidos de un gran desencanto hacia la dinastía_ Sin embargo, para tener un lugar en el palacio. Vas a tener que ganarte a mucha gente, sobre todo a quienes manejan el consejo de las flores_Aclaro como quien explica a un infante  que el fuego no se puede tocar porque quema_Mis primas, la marquesa Giska y la condesa Sabiha de Rafiq son quienes tienen mi confianza con las flores. Otra cosa, deberías hablar con la novicia Moira y pedirle que te aconseje por una sacerdotisa personal. Ese es mi otro regalo por tus servicios, Lady Satine_ La Luz del poder había hablado, su generosidad la impactó de manera que su rostro quedó congelado entre la sorpresa y el pánico. Un regalo tan grande que Satine sentía un peso angustiante en el pecho. Era ese un regalo? O realmente podría cumplir tan elusivo sueño? Los ojos verdosos de la emperatriz carecían de brillo, parecían los de una muñeca antigua y costosa. 

_Le agradezco su infinita generosidad, Gran Luz del poder_Contesto con la boca seca. Algo en ella le decía que esa gran recompensa tenía una ponzoña oculta pero, no podía dejar pasar esa oportunidad._Pero servirla a usted es mi gran recompensa, estar al servicio de su majestad debería estar en manos más capaces que las mias_ Satine sentía el peso de la mirada de reprobación de su emperatriz. Estaba rechazando sus regalos pero a la vez recalcaba su importancia, un juego de palabras y diplomacia que debía participar. 

Podía ver las manos de Elis moverse como garras, como si pudiera estrangular a la noble que tenía enfrente_Como tu emperatriz, te ordeno que tengas una sacerdotisa personal_ Contestó de manera tal que no pudiera replicar. Un silencio incomodo se mantuvo en el carromato mientras entraban en la plaza principal enfrente de la entrada principal del palacio, la mirada temerosa pero determinada de la joven Soleil pasaba de las manos de su soberana a sus pies. 

Uno de los guardias anunció que llegaron a la escalinata esmeralda, le entregó un par de cartas a una Satine en trance como quien experimenta el horror de la batalla pero todavía no puede entender lo que vio realmente. La mayoría de las comandas no eran urgentes, pero una tenía el sello de Cassia y la letra apretada de Moira. 


Las puertas del carruaje se abrieron y ante ella se encontraba la armada carmesí haciendo una muralla protectora en las escalinatas que llevan a la enorme puerta principal del palacio. A la cabeza de la caravana se encontraba la Emperatriz a 3 escalones más abajo las damas de compañia,  Lady Satine y los guardias personales de los carruajes. Por último los nobles, por rango y cercanía con la dinastía. Solo podían escucharse los pasos de la corte itinerante sobre la piedra ancestral de la escalinata. El pueblo observaba la procesión con un silencio sepulcral casi como un presagio de la desgracia. La guerra, la rebelión y el miedo hacían de este regreso uno fatídico. En la entrada estaba la madre de la Emperatriz, a su derecha los miembros del Consejo de Hierro y a su izquierda el Consejo de las flores. 




Sentada en el trono esmeralda Ophelya se movía ansiosa, conteniendo sus ganas de correr a la búsqueda de su pequeña Luz dorada.   

La marquesa Giska observaba callada la entrada, su prima la condesa  Sabiha mantenían su posturas imparciales junto al consejo de las flores, mientras que pegados al trono estaban los príncipes Zulficar y Beltran. El primero en recibir a la emperatriz fue el Mayordomo de palacio, Zorzal que le entregó las llaves del mismo como lo indica el ritual. La monarca tomó las llaves en una expresión de alivio, tal vez arrepentimiento. La corona y su peso la esperaban, su madre se dirigió hacia ella con su rostro transformado que pasó de la impaciencia al horror. El estruendo de las puertas del palacio abriéndose taparon el grito de la madre imperial, esta había intentado atacar a su propia hija.

Elis la abrazó con fuerza, inmovilizandola, mientras la sacerdotisa personal de su madre la dormía con su magia. El corte en su mejilla quemaba, el rostro pálido de Ophelya  sedado y la verdad innegable de su ataque quebró a la Luz del Poder. Las lagrimas caian sin poder evitarlo, Lady Satine puso el velo amarillo sobre su Majestad casi como un manto divino. 

Con lágrimas y sangre empezaba el gobierno de Elis de Azzel, 16 Emperatriz de la dinastía Esmeralda, también llamada: “La portadora de la Luz”.



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