31 ene 2021

Tan duro como el diamante

 

Continuación de La republica de los rebeldes II 

La tierra inestable y el perfume putrefacto de los pantanos fue desapareciendo, el paisaje cambiaba paso a paso. Los bosques tienen tonalidades verdes oscuro y gris, los animales se ocultan con los sonidos de los pasos de la caravana. Hipolita sentía como su estómago colapsaba, sostenida por Fedra, vómito el magro desayuno que les habían dado. El silencio de sus captores, la quietud del bosque rebelde solo eran rotos por los espasmos de la capitana. El veneno que les habían obligado a tomar hacían estragos en sus cuerpos, una manera macabra de mantenerlas cautivas.

Sentadas en el costado del camino, ambas sentían el efecto del beso púrpura, el veneno que en bajas dosis no era mortal, pero dejaba a su víctima en un estado lamentable. Mareos, vómitos, fiebre y una adicción al mismo. 

_Ni peor borrachera, se compara con esto_Quejo Hipolita, mientras tomaba un poco de agua. Sus captores no se tomaban la molestia de vigilarlas mucho, el veneno y la tortura habían hecho todo el trabajo. _De qué les sirvo yo?, Willa ya sabe que..._ Fedra la detuvo con una mirada seria, la misma mirada que le había dado el día que subió a su embarcación.

_Trata de respirar profundamente cuando tengas las arcadas_Aconsejo mientras le revisaba las manos y el rostro, el veneno tiene la característica de dejar manchas violetas en los labios, nariz y yema de los dedos, como signo de que este seguía activo en el cuerpo. La vida en el harem tenía la ventaja de conocimientos por demás diversos, como hechizar a un noble, como concebir hijos fuertes y como envenenar rivales de maneras ingeniosas._Mientras vean las manchas vamos a estar bien_

Hipolita se rió amargamente_Y yo que pensaba que eras una soldado sin cerebro _Contestó, entregando el agua. Sentía un gran cansancio, físico y mental, no podía dormir y cuando lo hacía era fatal. Fedra parecía un autómata pero sus dedos se veían desechos, masticados por un animal salvaje así como algunas cicatrices que no le terminaban de sanar._No quiero ser pesimista pero si llegamos a la capital rebelde, no vamos a poder escapar_ La voz de Hipolita tenía un tinte amargo y temeroso. Como quien sabe que su suerte estaba definida._ Tenia muchos planes, tantos planes_ susurro con amargura. 

Fedra le arregló la trenza deshecha, llena de tierra y pasto. El rostro de la capitana estaba golpeado, una de las cicatrices del menton sangraba timidamente._Hay que tener fe’, Hipolita_Dijo de manera automática, como si la misma Cassia estuviera pendientes de ellas. _No, en el imperio. Tampoco en el sindicato de las Islas. Solo Fe’ en que vamos a poder terminar nuestra misión_ Sus palabras sonaban lejanas aun para ella misma. No era Cassia la luz que empujaba su voluntad pero admiraba a quienes se guiaban por ella. 

El gesto de la general la sorprendió. Nadie había atendido de manera tan tierna, aunque la palabra le resultaba extraña en su mente. Palmeo el hombro de Fedra, despacio ya que sabía que no había terminado de sanar del naufragio. Era lo máximo que podía hacer hacia otro, la sentía parte de su, ahora inexistente, tripulación. _Sonas a mi primer oficial, que sus huesos lleguen a los pies de Thassa_Rezo con melancolia_Siempre decia: “Tenes que tener Fe que Thassa nos mande buenos vientos_ Quería llorar pero ese no era el lugar ni el momento._ Tenemos que movernos_ Los rebeldes avanzaban de manera lenta, algo les decía que ese territorio era peligroso, para sus captores. La forma en que se mantenían en guardia, incluso cuando dormían. La fauna de los bosques es variada pero salvaje, lo mismo se sabe de las plantas. Aunque sospechaban que era algo más. Fedra sabía por los informes que las tribus que componían la república son belicosas e impredecibles. 

Caminando de manera torpe, siguieron el paso de la caravana, por un momento la capitana sintió un perfume muy particular, narcótico casi dulzón. Miro una arboleda a unos metros de ellas, los árboles antiguos estaban cubiertos con una enredadera trepadora de un verde intenso casi esmeralda. Decían los nativos que esa planta daba una flor blanca cuando el árbol que parasitan moria. La mayoría de los árboles alrededor se podían apreciar los pimpollos blancos apunto de florecer. 

_ Vamos _Alentó Fedra con una sonrisa. Mientras dirigía su mirada a los mismos árboles que la capitana_ Todavía Thassa no quiere tus huesos_.