8 abr 2021

Lágrimas de luna amarilla


 El ciclo del cangrejo transcurría de manera pacífica, los adivinos y las sacerdotisas coincidían que era un ciclo para oficiar la tolerancia y la concordia. 

En Titania, Morthyth se encontraba agitada, al anochecer se comenzó con la celebración de la Luna amarilla. El ritual era llevado a cabo en el templo principal de la ciudad, los ciudadanos se encontraban agotados, los rumores de guerra y rebelión comenzaban a afectar a los cuatro caminos del Imperio. El clima era inestable, el sol quemaba y el viento provocaba tormentas de arena haciendo que se detuviera el tiempo en las ciudades más cercanas al Desierto de las danzarinas de Tsillah, la diosa de los vientos. 

La lluvia fue una sorpresa, todo el día llovió de manera constante. De manera violenta y después como un leve rocío y nuevamente retomo con fuerza. Tomado como una bendición de la madre Cassia, todas las sacerdotisas de la ciudad acudieron al templo. 

Pese a las protestas de su señor, Akrasia de Ymir salió de la fortaleza para cumplir con sus deberes para la orden. Esta vestía un velo verde amarillento bordado en él, estaba el escudo del Duque de Morthyth. Caminaba con la seguridad del dueño del territorio, sus novicias la seguían de cerca como las damas de compañía de una lady. 

En la plaza principal, entre la multitud siete pares de pies se movían seguros, como un cazador acechando una presa. Velos azules, verdes y uno que otro negro se juntaban en la entrada del templo solo las devotas podian entrar y realizar los rituales. Para luego salir a repartir las bendiciones de Cassia y su hija Tsillah.


El cielo oscuro por las nubes de la tormenta que no dejaban ver la luna amarillenta, un relámpago iluminó la entrada del templo, las palabras de Cassia talladas en el arco de piedra: Sacris manus suas filiabus sororibus fidelium. Al entrar al templo, Akrasia podía ver que el arco estaba quebrado en varias partes, producto del tiempo y el clima, llegando al altar sentía los ojos del centenar de mujeres reunidas ahí. 

Este templo en particular, tenía gradas de piedra circular que desembocan en el altar principal. Sin embargo, tiene 4 caminos alternativos para subir y bajar por ellas. La luz de las velas y las antorchas creaban una ilusión de calidez. La lluvia había dejado a la mayoría de las sacerdotisas con  sus hábitos húmedos, goteando dejando un rastro de agua por las gradas. El altar estaba decorado con una estatua de 12 metros de piedra caliza de Tsillah, las cortinas detrás de ella, color ámbar ocultaban la pintura de Cassia. En la mesa ceremonial estaban las ofrendas, vinos, puñales dorados y inmensos telares de color naranja, bordados con diamantes y oro. 




El canto de las mujeres era un murmullo como el viento previo a la tormenta, el presagio de un desastre imposible de evitar. En sus largos años en la orden, Akrasia sentía un temor que la obligaba a mirar por encima de su hombro. Años de servicio a la diosa, pesaban en su mente. El imperio no era esencial para la orden, la dinastía esmeralda se desvanecía en cada generación de emperadores dementes y ociosos. Lejos quedaban los días de expansión. Además, el gremio ganaba fuerza en la República libre. La mente de la sacerdotisa se repetía una y otra vez, las razones por las que colaboraba con el Duque de Morthyth. Tal vez, la razón más poderosa es que la tierra del desierto era su hogar y ese amor era más grande que su devoción al Imperio y a la orden juntos. Su gente prosperaba pero no era libre de los hilos del imperio. 

Las luces se apagaron y solo quedó el fuego de la hoguera central. Como sacerdotisa principal del duque de la ciudad, le tocaba oficiar el ritual de entrega de ofrendas y santificarse a Cassia. Se acercó al altar acompañada por las sacerdotisas principales de cada templo asignado, estas tenían capuchas que mantienen sus rostros cubiertos. 

Tal vez tantos meses encerrada en la fortaleza de su protector la habían afectado. La estatua tenía un aspecto siniestro casi como si sintiera la mirada colérica de la diosa en ella. 

Sintió un ardor en las manos, mientras acomodaba las ofrendas un vestido naranja que tenía un bordado de diamantes y ámbar, formaban una orquídea león. Esa flor se caracterizaba por ser el ingrediente principal de ciertos preparados en la orden. La sacerdotisa recordaba que solo un grupo selecto podía crear aquellas pociones heréticas. Su frente sudaba así como su cuerpo trató de calmarse, frotó sus mejillas tratando concentrarse en el ritual pero el sofoco empeoro, su cuerpo se negaba a seguir y la única luz se apagó, así como su conciencia


En las puertas del templo, tres mujeres de la nobleza de Morthyth supervisan que las sacerdotisas salieran sin mirar atrás. El interior del templo se encontraba en penumbras, solo los relámpagos y truenos iluminaban su interior.

Frente al altar de la diosa, el cuerpo inerte de Akrasia era acomodado por otras tres encapuchadas. Boca arriba y con los ojos fuertemente cerrados, parecía dormida. Las otras mujeres se encargaban de que no las vieran, según sus cálculos tenían 10 minutos o menos.



La séptima mujer se sacó la capucha, mientras se inclinaba hacia el cuerpo. La expresión de profundo aburrimiento mezclada con impaciencia le daban un semblante funesto a la novicia Moira. Su túnica negra se encontraba empapada por la lluvia, así como el pequeño bolso que se mantenía oculto en los pliegues de su capa. Se sentó enfrente al cuerpo, que comenzaba a retorcerse al parecer el veneno no terminaba de llevarse la vida de la mujer. Moira chasqueo la lengua con desdén, quería comenzar pronto con el trabajo, sacó del bolso 3 frascos diferentes, un punzón plateado, una barra de cera violeta y dos retazos de tela negra que llevaba clavadas innumerables agujas. Se puso a acomodar  los elementos con tranquilidad mientras Akrasia luchaba contra el veneno, abrió los ojos y se encontró con la mirada indiferente de la joven. Las sacerdotisas que vigilaban el altar se mantenían expectantes, ante lo que iba a ocurrir. La muerte de la mano derecha del Duque ocurrió de manera abrupta, la expresión de ira y horror quedó plasmada en su rostro. Moira, comenzó el ritual. 

Primero unto el punzón con el contenido de uno de los frascos, el olor a solvente hizo que sus acompañantes mantuvieran su vista en el cadáver y la joven, era la primera vez en sus vidas que presenciaban a un necromancer trabajar. Desde la segunda expansión que estos se mantenían ocultos e inactivos según la directiva de la dinastía. Mientras Moira, trazaba símbolos por el pecho, brazos y frente del cuerpo, afuera la tormenta empezaba a desaparecer. Enterró las agujas en la piel haciéndolas imperceptibles al ojo distraído, así como los símbolos violetas que marcaban el pecho y el rostro de la mujer. El perfume combinado de los ungüentos,  parecido a grasa animal y sal marina, se mezclaba con el de las velas sagradas del templo. 

La sacerdotisa personal de la Emperatriz mantenía una expresión concentrada pero llena de satisfacción, así como un niño disfruta de un dulce después de un largo día de no probar uno. Las mujeres se sentían incómodas, algo en ese ritual las molestaba como si estuvieran corrompiendo el templo de la hija de Cassia. Una de las nobles  se acercó al altar esperando los resultados de aquella misión.

Moira, susurro unas palabras dentro de la boca del cuerpo y cerró sus ojos. Con una sonrisa acomodo el escote de esta, presionó la frente de la muerta y esta abrió los ojos. La joven admiro su trabajo, era una de sus mejores muñecas. La ayudó a incorporarse mientras veía sin ver a su nueva ama, la noble.



La mujer noble, rival de Hyperion de Marat, observaba al cadáver animado de su enemigo. Sonrió con perversión, su madre contaba la historia de las muñecas mortuorias de la orden de Cassia. Esa era la llave para la destrucción del poder del Duque de Mothyth. Moira le explicó que solo podía utilizarla medio ciclo ya que luego la carne se pudriría y el hechizo sería inestable para sus fines. 

La luz de la luna iluminaba a las mujeres en el portal del templo, las ocho se internaron en la ciudad perdiéndose en las sombras de esta. La novicia Moria leía una carta que le había sacado al cadáver, sintió un ligero disgusto y pensó fugazmente destruirla para ahorrarle una pena más a la Luz del poder. Pero la guardo, nadie puede escapar al dolor, ni siquiera la amada hija de su maestra. 


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