Cuatro lunas pasaron desde la muerte de Silas, la corona espera su
dueña como el esposo a su nueva esposa.
La joven luz, suspira con
dolor. Quien porta la corona, se debe al imperio y nada más. Amante ingrata e
hijo desvalido.
Rumbo a su coronación recuerda
el verano y quien ato su mano a la de ella. Lejos de esa mano debía estar, pero
¿Quién puede borrar esos recuerdos?
Cierra los ojos, aún puede
sentir sus dedos, el perfume de su pelo, sal y metal de las forjas, y la
textura de su piel. ¿Cómo entraste en mí? ¿Por qué te deje avanzar? La
emperatriz se pregunta, solo Cassia sabe cuánto evoca a su amado Alaistar, el
infame conde de Belial.
Belial provincia rica en metal
y pleitos, llena de hombres seguidores de Asteth dios del fuego y la ira.
Torres negras con velos dorados y carmesí decoran la ciudad. Las forjas de
Belial arden en las 3 estaciones, así como los deseos de su señor.
_Mi emperatriz_ Dijo Alaistar
recibió su amada secreta, no veía la dorada corona o el poder de esa poderosa
estrella. Solo tiene ojos para la mujer, toda ella generosa y perversa.
_Conde_ El tono imparcial era
propio de una soberana, ella solo podía ver a un hombre que no podía sentarse a
su lado.
El noble beso su mano con
devoción, Elis sintió las llamas de Belial en su cuerpo, Maldito seas Asteth!
Maldito sea tu hijo!
Continua en La cadena dorada