El palacio estaba en un silencio inquieto, el Mayordomo lo sabía.
Los nobles no podían esperar a la joven emperatriz, poco sabían de sus planes.
El harem de Silas estaba vacío, luego de 500 años de ser la prisión
de oro de miles de jóvenes de los confines del imperio. Los sonidos de seda y
la fuente inagotable de placeres, ya no eran necesarios.
Ahora las concubinas juraban lealtad a la última hija del
imperio. Los velos serán armaduras, los gemidos de placer serán gritos de
guerra.
Fedra de Berimath, la nueva líder de la guardia obsidiana
temblaba, la libertad era un sueño que pocas alimentaban. Ella sostenía la
espada y el látigo. Un amor, nacido de la fe y lealtad crecía en su alma, por
la emperatriz.
La sala de trono estaba colmada de rumores y nobles inquietos,
las puertas se abrieron y la luz del poder toco todo a su paso. En su trono,
llamo a la joven general. Esta se acercó como quien rinde sus respetos a la
diosa Cassia.
Tocando su hombro izquierdo_Fedra de Berimath, ahora general
de mi guardia personal_ Decreto la emperatriz_ La mano en la sombras y
protectoras de la dinastía Esmeralda_ Los nobles aplaudieron con tirante cortesía.
Mientras a la derecha de la portadora de la corona, la mano que arrebato la
vida de Silas sonreía.
Continua en La mano en llamas