Antes de la locura y la sangre derramada, Silas tenía un
amor. Era Ophelya de Jorfem, como las llamas de un hogar, su corazón. Pero no
era suficiente, El era un mar tormentoso, oscuro y impredecible. ¿Qué puede
hacer una dulce hoguera?
Meses pasaron, menguo el cariño y la pasión. El emperador
era la destrucción y la joven esclava era la piedad de la diosa. La
indiferencia es el peor de los verdugos y Ophelya quedo en su yugo. Poco a poco
la amargura y el odio contamino su mente,
Nació la pequeña Elis, luz de su madre y su condena. Los susurros
del harén eran un zumbido de animales sedientos de sangre y muerte. La única hija
del Emperador viva a pesar de los venenos, mentiras y sogas que querían su
cuello. La concubina de ojos cálidos era su sombra protectora, madre y
exterminadora de enemigos.
En la recamara del emperador, este agonizaba mirando
con sorpresa el determinado y bello rostro de su olvidada amante. _¿Me amas todavía?
Mi Silas_ Pregunta con tristeza, mientras ve a su Señor sangrar _¿Pudiste
olvidar mi rostro, mi lobo?_ El silencio era la única respuesta para la mujer. Continua en El honor del guardián de palacio