Continuación de Tan frío como la plata
El Errante navegaba con
rapidez por la zona sur del rio Orath. Su capitana del barco miraba intranquila el
horizonte, la tripulación no lo notaba o ignoraba la carga que
llevaban.
La general de la guardia obsidiana caminaba por la
cubierta, con la seguridad de quien conoce el mar y sus trampas. Las órdenes de
la emperatriz no la convencían, eran arriesgadas pero ella no podía desobedecer
a su querida líder. Ella era la razón y la paz en sus manos.
_El rio no es como el mar, tiene sus propias reglas y
caprichos_ Dijo Hipólita acercándose_Si el deshielo de las montañas de Yhason
no interviene, llegaremos en dos días_
Fedra no contestó, sentía un gran desprecio por los marineros que,
en su mayoría eran mercaderes de esclavos. Por el otro, admiraba la libertad
que tenían para ir de un lugar a otro, sin amos, ni órdenes que seguir. La Mestre alabó el barco y a la
tripulación. Pero ella sabía que, esos elogios no eran gratuitos. Las
sacerdotisas de Cassia no dejaban nada sin sus propios nudos. La capitana era
correcta y directa, su lealtad era con las monedas de plata y oro.
_Capitana, ¿Qué relación tiene con la Mestre de la isla?_ Pregunto la general ignorando el protocolo y la
educación_ Ella la aprecia mucho_ Fedra no había aprendido la diplomacia y el juego político
de las otras mujeres del harén. Solo se conocía por su fuerza y obediencia
ciegas.
Hipólita trató de no mostrarse molesta, el oro prometido era lo
único que la hacía soportar trabajar para un imperio que solo ignoraba a los de
su clase. O los usaba de perros de guerra. _Es mi hermana menor_ Contestó sin
mirarla, el barco se movía rápido y constante para fortuna de Hipólita y Fedra,
la carga iba segura. _Cuando nuestra madre murió en la última hambruna, ella era hábil y ellas la
seleccionaron_
La voz de la capitana era desapasionada, era un pasado lejano, tan
lejano. No iba a decirle que Arycla no quería convertirse en sacerdotisa.
Hipolita había empujado a su hermana menor a las manos de las sacerdotisas.
_ A mí me eligió otra vida, el rio siguió y esto somos ahora._ Escuchó
nuevamente la voz suplicante de su pequeña hermana, en ese momento tenía 6
años. Las monedas de cobre habían servido para tener su primer servicio a bordo
del Araña de Mar.
Fedra se mantuvo en silencio observando las aguas plateadas,
preguntándose si su familia seguía viva, ¿La extrañaban? Un profundo olor a
solvente y a grasa de animal hizo que ambas miraran la puerta de la bodega con preocupación.
Continua en Los pasos en el rio de piedra