Continuación de La cadena dorada
La multitud de nobles era molesta, pero era hora de la
política, no podía negar sus peticiones. Trato de concentrarme en las palabras
de mi consejero pero un par de ojos negros se cruzan en mi camino, como
carbones, ardiendo sin piedad.
Entendía a mi padre cuando decía que solo debía tener
corazón para el imperio, mis manos traicioneras quieren encontrarse con las de
mi amado Conde. Madre Cassia dame fuerza! Roge. ¡Aun quiero su corazón junto al
mío!
Moira, la sacerdotisa
de Cassia que me acompañaba, se acercó discretamente.
_Alteza, tengo noticias de su madre_ Susurro con un dejo de pánico en la voz, estudié su rostro, era indescifrable, pero sus manos la delataban. Me pregunto quién consideró a esta novicia digna de ocupar el puesto de mi dama de compañía. Algo me decía que debía cuidarse de esa persona. La novicia me pasó discretamente una carta con el sello del imperio.
_Alteza, tengo noticias de su madre_ Susurro con un dejo de pánico en la voz, estudié su rostro, era indescifrable, pero sus manos la delataban. Me pregunto quién consideró a esta novicia digna de ocupar el puesto de mi dama de compañía. Algo me decía que debía cuidarse de esa persona. La novicia me pasó discretamente una carta con el sello del imperio.
Sentía un vacío en mi interior, una helada ráfaga que convertía mi alma en tundra. Quería llorar y gritar hasta sacar la agonía que
ardía en mi cuerpo.
_No, no lo mires._me ordenaba a si misma._No le dejes ninguna esperanza, mata de una vez su verano y aleja sus manos de las tuyas._
_No, no lo mires._me ordenaba a si misma._No le dejes ninguna esperanza, mata de una vez su verano y aleja sus manos de las tuyas._
Lei brevemente la carta del nuevo mayordomo de palacio. La ironía
de Eilish, madre de la fortuna y las desgracias. Sonreí con tristeza, después de
tanto sacrificio mi madre caía en el mismo precipicio de la locura que Silas. El
padre de Alaistar me pidió la aprobación de la unión de su primogénito y la hija
del viejo Duque de Morthyth. Di mi beneplácito brevemente. Y sentí el invierno
llegar a mi corazón.
Continua en En la red de la araña