Era la lluvia primaveral, eran mis huesos rotos y tu carne dispuesta.
Ardiendo en la cama de espinas, tal deseo no volvería.
Quieres una hechicera de sangre y llamas pero no quieres pagar el precio,
¿Donde están tus elegantes palabras?
El consuelo de las caricias solitarias es todo lo que me queda.