5 dic 2021

Ella sangra llamas

 


Continuación de Ella llora llamas II

El olor putrefacto de la habitación se había ido, la mínima limpieza y la brisa invernal dejó el lugar habitable en los parámetros de Fedra. Esta se encargaba de que pudieran dormir y comer de manera decente. Pero la prodigio del fuego era una fuente de caos andante, que no cooperaba, como una niña caprichosa y mimada. Hipolita se decía así misma que esto es temporal pero, el cautiverio, las torturas y sus pérdidas eran una tormenta constante en su mente, dejándola con poca paciencia con su botín. 

Callista demostró ser errática pero manejable según las palabras de Fedra. En las comidas, habla del trabajo y se pasa horas explicando las ventajas y desventajas de la aplicación de ciertos símbolos mágicos. Las discusiones con los otros tecnicos y maestro se volvian acaloradas pero siempre terminaban con frases como “Si funciona”, “Hay que experimentarlo” o la favorita de Melkiades “Nadie dice que no se puede hacer, pero en este taller…” Las reglas de cómo trabajar en el taller son inamovibles. Eso era precisamente lo que la joven sufría o ella clamaba que sufría. Según las palabras de los otros miembros del taller ella es la favorita del jefe del taller. Hipolita sentía un destello de desprecio en la voz de varios de los mestres, como si la presencia de la prodigio fuera algún tipo de insulto para con ellos. Melkiades le informó a la general que todos sabían el origen de la joven y dada la violenta historia entre el sacerdocio de Cassia y el gremio de las cadenas no es una sorpresa esa actitud para con Callista. 

Todos los días visitaban a la sanadora de la zona, esta se encontraba en el taller contiguo al de Melkiades, que se llamaba La araña sonámbula.

Este taller era luminoso, ordenado y los técnicos usaban todos el mismo uniforme, el cual no dejaba ver su piel. La sanadora tenía tatuajes dorados en las mejillas y sus brazos tenían marcas blancas como cortes limpios.  A la mujer le daba igual quienes eran o de donde venían “Las manos que traen el oro y la plata no son importantes” decía alegremente.




Insistió que Callista debía ser tratada en su taller, y no trabajar en el de Melkiades. Esto irritaba por demás al jefe de la cadena, gritaba y vociferaba insultos que la capitana no entendía pero por la expresión de los demás técnicos eran ofensivos. La sanadora simplemente lo ignoraba o sonreía de manera despectiva. 

En una discusión, Callista empezó a cantar una balada de un tritón y una loba que compiten por el amor de la luna amarilla. Era una vieja leyenda del Imperio. Todos en el taller la miraron incómodos, tanto Fedra como Hipolita sintieron esos ojos, juzgandolas y maldiciendo su presencia. Como si la voz del prodigio revelara sus miedos o lo peor de cada uno. Ambos jefes se lanzaron miradas acusadoras, el jefe apoyó su enorme mano en el hombro de la chica_Silencio llamita_Reto de manera juguetona. Había logrado que la sanadora pusiera una expresión agria. 

Hipolita sintió que ya era hora de planear su partida de la República rebelde. Con la oportunidad de ver más allá de las paredes del taller, concluyó en dos verdades del territorio considerado salvaje para el Imperio y el resto de principados, reinos y ducados cercanos.

Uno, la fachada de salvajes y desorganizados les daba ventaja ante los ataques externos. Mientras que en su interior mantenía una organización en grupos de espionaje y defensa impecables.

Dos, todo eso se mantenía por el delicado equilibro entre las tribus, los señores de la guerra y el gremio de la cadena. Sin estas 3 fuerzas, la República libre estaría bajo el yugo del Imperio, en lo que tardaba una avalancha de montañas en el ciclo del águila. 

Pero aquellas verdades, no sirven para planear una fuga en la capital, según el jefe del taller en un par de días se llevaría a cabo un festival, uno de los pocos, que convocaba a muchos habitantes de la república. En esos días la seguridad de los muros de la capital se relajaba. El resto de los técnicos comentan que esos días, 3 en total, nadie trabajaba. Ni los guardias, espías o miembros del gremio. Un acuerdo tácito del disfrute. Todos los años cambiaba de fecha, suponían que el anuncio del festival se hacía de acuerdo al deshielo de la cordillera. Muchos estaban emocionados y planeando diferentes actividades, hasta un par de jóvenes les preguntaron si querían acompañarlas a comprar vestidos festivos. Fedra sonrió con amabilidad, como disculpándose. Cuando estuvo por responder que debían permanecer en el taller por su situación de prisioneras. 




Melkiades grito que podían ir, solo si se llevaban a Callista con ellas, esta última protestó diciendo que no quería salir. Se ponía insoportable cada vez que debía poner un pie fuera del taller. La luz del crepúsculo cálida al principio fría en cuanto tocaba la luna violeta, caía sobre las ruinas antiguas, dándoles formas grotescas a las sombras de los edificios y templos. Caminaron por el mercado, bullicioso por la proximidad del festival. Hipolita podía identificar más de 10 lenguas diferentes y otras desconocidas. 

El olor a mariscos asados transportó a la capitana a la isla, llenando de nostalgia su corazón. Se acercó al puesto donde una mujer de ojos acuosos y piel curtida por el mar movía con energía una cuchilla abriendo los moluscos con una rapidez propia de la experiencia. 

Callista se acercó con sus monedas de plata hacía más de media hora que se quejaba del hambre que sentía. La expresión de sorpresa era igual a la de un niño. 

_Dos porciones de litpos asados_Pido la capitana mientras la joven le tendía las monedas a la mujer para pagarle_Nunca los probaste? Te van a encantar, su sabor es parecido a las papas rojas pero mejor_ La prodigio se puso colorada y murmuró que no conocía el mar, nunca había salido del continente. El perfume salino les llegó como una cálida brisa, la capitana mordió con prisa la carne del animal de mar. De pronto, las risas en la taberna favorita de su tripulación, la cerveza turbia como mar tormentoso y el olor metálico de las monedas de plata volvieron a su mente. Hipolita quería llorar y reir, gritar tal vez, Callista comía con avidez sonriéndole pero dejó de hacerlo cuando se dio cuenta de las lágrimas de la capitana. _Que? Esta fea tu porción?_ Pregunto alarmada, sintió un escalofrío, ahora la comida tenía sabor amargo y pegajoso. 

La capitana negó con la cabeza, sonrió con la boca manchada con aceite. No quería alterar a Callista. Esta siguió caminando delante de ella. _Odio a las sacerdotisas, a todas ellas_Dijo la joven, el tono estaba teñido de odio y temor en partes iguales_Nunca voy a volver a ese lugar. No, no voy a volver_Repitio, sus ojos dilatados brillaban. Fedra aparecio con varias bolsas de color marron, en ellas se podian vislumbrar telas de colores brillantes. La prodigio tomó las bolsas y corrió a la modista junto con las otras técnicas del taller. La general le dio algunas instrucciones para su propio vestido y el de Hipolita que comía en silencio. 

En cuanto la chica desapareció, Fedra empezó a hablar_Ya se cuales la parte por donde vamos a salir, es la zona sudeste del barrio de los tejedores._La dureza de su tono mantuvo la atención de la capitana_Estamos a 5 km de un recodo del río Orath, se supone que un barco nos espera. Pero no me confio, asi que te propongo que usemos algunos caballos que seguramente habrá en las murallas _

Hipolita limpio sus manos en el pantalón, algo de todo eso no le convencía. Demasiado fácil para ser verdad. ¿Qué pasaría con los espías que las seguían desde el barrio del gremio? Podía ver cómo se mantenían a una distancia considerable, además que no contaban con toda la ayuda del jefe del taller. _El botín es y será un problema, independientemente de cuán bien pensemos el plan_Contesto la capitana, en su mente la palabra enfermedad y inutil eran lo mismo_ Su habilidad puede que nos sirva, pero su mente es un riesgo. Hay que ver una alternativa de manejar eso_Continuo en tono pausado_ No quiero irme con las manos vacías pero tampoco quiero irme solo con mis cenizas_

_Por eso le vas a dar esto antes del festival_Fedra le puso en la mano una especie de pulsera con cuentas negras, tenía engarces plateados con pequeños dibujos de lunas amarillas. Hipolita se estremeció, no tenía que ser una técnica o una sacerdotisa para sentir el hechizo que esa cosa tenía, un anulador de voluntad.

_Sos una idiota si crees que la demente se va aponer esto por voluntad propia_Reprendio con enojo_Incluso yo se de estas baratijas, tienen un limite y son poco efectivas para lidiar con algo como la prodigio_ Tambien sintio intriga como la general habia conseguido esa pulcera. El velo verde de Cassia se extendía sobre la capital rebelde, no había lugar en el continente al que las sacerdotisas no accedieron. 

_En un momento, se lo vas a poner_Ordeno intentando poner un punto final a la conversación_ Hasta que lleguemos a Tamaran, despues tendras tu oro y huesos_

El sabor de los mariscos fritos se había disuelto, Ningún habitante de la isla olvidaba, era como algo grabado en sus mentes. Podrás viajar por el mar Skar, podrás caminar a lo ancho del continente pero nunca podrás dejar la isla en tu corazón. Las palabras de su primer oficial retumbaban en su cabeza, mientras guardaba ese objeto maldito.