14 ago 2018

Cada verano reclama su invierno



Continuación de La cadena dorada

La multitud de nobles era molesta, pero era hora de la política, no podía negar sus peticiones. Trato de concentrarme en las palabras de mi consejero pero un par de ojos negros se cruzan en mi camino, como carbones, ardiendo sin piedad.
Entendía a mi padre cuando decía que solo debía tener corazón para el imperio, mis manos traicioneras quieren encontrarse con las de mi amado Conde. Madre Cassia dame fuerza! Roge. ¡Aun quiero su corazón junto al mío!
Moira, la sacerdotisa de Cassia que me acompañaba, se acercó discretamente.
_Alteza, tengo noticias de su madre_ Susurro con un dejo de pánico en la voz, estudié su rostro, era indescifrable, pero sus manos la delataban. Me pregunto quién consideró a esta novicia digna de ocupar el puesto de mi dama de compañía. Algo me decía que debía cuidarse de esa persona. La novicia me pasó discretamente una carta con el sello del imperio.
Sentía un vacío en mi interior, una helada ráfaga que convertía mi alma en tundra. Quería llorar y gritar hasta sacar la agonía que ardía en mi cuerpo.
_No, no lo mires._me ordenaba a si misma._No le dejes ninguna esperanza, mata de una vez su verano y aleja sus manos de las tuyas._
Lei brevemente la carta del nuevo mayordomo de palacio. La ironía de Eilish, madre de la fortuna y las desgracias. Sonreí con tristeza, después de tanto sacrificio mi madre caía en el mismo precipicio de la locura que Silas. El padre de Alaistar me pidió la aprobación de la unión de su primogénito y la hija del viejo Duque de Morthyth. Di mi beneplácito brevemente. Y sentí el invierno llegar a mi corazón.


2 ago 2018

La cadena dorada



Continuacion de El ocaso de los amantes

¿Cómo sonreír cuando su corazón la extraña? ¿Cómo se borra la calidez de la piel amada? Se pregunta el Conde de Belial. En su mente sabe las respuestas pero, se niega a olvidar esos días del verano.
Su padre le dirá que nada pueden dar sus manos a la emperatriz, nada digno de su rango. Ni un ejército, tierras y oro. Reyes de otras tierras serán los candidatos de compartir su mesa y cama. Cuando piensa en eso, Alaistar pierde la calma. Ella es su sangre, el fuego que lo mantiene vivo y su luz más preciada.
En sus sueños, ellos vivían en un castillo en las tormentosas islas Nixlin, ella era suya y de nadie más.  Pero el mundo tenía un imperio y ese imperio exigía un gobernante. En la corte itinerante, se decía que la emperatriz pronto se casaría. Una unión con el reino de Mantor para acallar la inminente guerra. Un fastuoso ritual de alianza con la ciudad-estado del sur con todo el oro que pudieran gastar.
Cuando la corte llegó a Belial, no pudo verla hasta la cena de bienvenida. Sus ojos verdes lo evitaban, simplemente se limitaban a vigilar a los nobles y sonreír con cortesía. Pero él era una sombra molesta en su camino. ¿Era el fin?
“Por qué no he de entender, si está todo dicho. No simules piedad tengo mis ojos encima de ti”. Decía una vieja balada de las tierras del sur. Su corazón estaba sangrando por su hielo, era irracional pero solo podía ver su dolor y el espacio que lo cortaba en pedazos.
Ni el vagabundo más miserable sentía la angustia del poderoso Conde. Vio a su padre hablando con el Duque de Morthyth, a su lado estaba una joven de rubios cabellos. La mirada de aprobación de la emperatriz, fue su condena.
En la mente de Alaistar solo había una pregunta, pero ya nada podía hacer. Su emperatriz había aprobado la unión de las casas Belial y Morthyth por matrimonio.