23 feb 2021

Tan duro como el diamante II

 


Continuación de Tan duro como el diamante

Días de marcha, el bosque que parecía eterno empezaba a desaparecer. En cambio podían ver a la distancia pueblos, el olor a leña quemada, la vera del río y el perfume de  grasa animal. Ante ese cambio de paisaje, sus captores las subieron a la carreta, atándolas a ella. Al parecer  era el aviso que llevaban prisioneros. Ya que la gente que se cruzaban los evitaban, aunque algunos se las quedaban viendo como si fueran animales exóticos. 

El camino accidentado y apenas visible ahora se encontraba pavimentado en algunas partes, a medida que avanzaban podían distinguir pueblos, granjas y mercados. Los diferentes dialectos se mezclaban, así como las pequeñas embarcaciones que se encontraban en el río. Hipolita le explicó a Fedra que la mayoría de ellas eran de río y no de mar, además los dialectos eran una mezcla de Loth, Belial y Tamaran pero ninguno lo era del todo como si el dialecto común del imperio no existiera. La general no estaba segura donde se encontraban, Cerca de los laberintos de Varikt? o al límite de Maeve de Tamaran? Era imposible saberlo, todo parecía indicar que se acercaban a la parte más civilizada de la República. La tan mentada Capital Kipka, o como la llamaban en el Imperio la Capital Fantasma, porque nadie logró verla.  

El flujo de gente aumentaba a medida que avanzaban, como si el camino se estrechara. Otras carretas llevaban diferentes cargas, comida, barriles de cerveza de Loth y prisioneros.

Enfrente tenían un arca de piedra roja, desteñida por el tiempo. en ella se podían distinguir dos figuras talladas en sus columnas, con los ojos vendados. Todos los caminantes pasaban y se perdían en la niebla del camino. Como si se los tragara, sin duda era un hechizo, uno antiguo. Pasaron por el arca y vislumbraron la famosa Capital Kipka. 

Las casas eran bajas, de piedra caliza y terracota, se podían distinguir tres templos en el centro de la ciudad. Estos estaban en ruinas como la mayoría de las construcciones de piedra. El resto de las casas o mercados estaban hechos de madera roja, se notaban nuevos y firmes. Se dice que antes de la segunda expansión del Imperio, existía un reinado poderoso y avanzado, al parecer esta civilización se esfumó y el pueblo libre se instaló en la capital abandonada. Por sus hechizos protectores y demás maravillas ocultas, dándoles la ventaja de resistir las invasiones de la armada carmesí. 

Hipolita se sentía agotada quería dormir pero no podía, algo en su interior se lo impedía. Cerró los ojos y trato de imaginar que estaba en la cubierta del Errante, el sonido de las olas, la calidez del sol, el perfume de salitre del puerto. Sin embargo, el aroma que sentía se asemejaba a las velas del templo de Cassia, observó las diferentes caravanas que pasaban. Por un momento, sintió la gélida mirada de su hermana menor. El terror y la sorpresa hizo que se estremeciera, su mente ya había dejado de ser el puerto estable que creía. 

Mientras avanzaban podían ver las agitadas calles, si existía una organización lo ignoraban. Los mercados se encontraban debajo de los toldos azules, donde se escuchaban todo tipo de dialectos entre mezclados con gritos o escaramuzas. Se adentraron en la ciudad, casi llegando a la base de los templos. No había mucha gente alrededor, quienes estaban se acercaron de manera rápida a la jefa. Esta se bajó del caballo, se la veía molesta e incomoda. Hipolita reconoció algunas palabras que intercambiaban, Interrogatorio, Laboratorio y Jerarquía eran las que más se repetían. Al parecer Willah no tenía mucha autoridad en la sociedad rebelde, sin embargo parecía ansiosa de dejarlas allí y volver al bosque. Con un gesto poco amable, las llamo. 

Con cadenas en el cuello, las manos y los pies, caminaron hacia los guardias, solo podían distinguir los ojos que brillaban, las capuchas oscuras impedían que los pudieran distinguir. Willah se marchó deprisa, al parecer su trabajo estaba concluido, Fedra solo se mantuvo firme mientras avanzaban por las estrechas calles de piedra, los guardias las guiaban por lo que parecía un laberinto interminable, podían distinguir algunas casas o comercios, había poca gente en esa parte de la ciudad, los templos podían verse como 3 centinelas dormidos. Al doblar en un callejón oscuro, se podían distinguir varios negocios, el cartel de una serpiente negra en llamas en uno y en otro una araña negra en su red. 

Pararon en una puerta negra, este tenía el cartel de una mantis con el fondo de 3 lunas. Golpearon la puerta una vez, y esperaron unos minutos. Golpearon otra y otra vez. Hasta que aporrearon la puerta que parecía apunto de romperse por los golpes. 

_Ya va, ya va_Gritaron del interior en el lenguaje común. La puerta se abrió, del interior del comercio salió un hombre calvo, con un aspecto entre feroz y agotado. Tenía puesto un delantal con una colección de manchas. Sus brazos estaban cubiertos de tatuajes, símbolos de magia prohibida en el Imperio. Hipolita sintió un miedo que desafiaba a cualquier otro, de sus varios viajes le habían advertido de ciertos símbolos y de quienes los utilizaban. Lo más importante, la amenaza que representaban. Ese hombre era un Maestro de la cadena._ Así que, estas son las personas de interés_ Afirmó mientras pasaba su mirada de Fedra a Hipolita.