¿Dónde están los campos fértiles de Loth? Se pregunta un
peregrino, angustia y terror siente en sus viejos huesos. ¿Dónde está el trigo
dorado?
Guerra, dicen los hombres que anhelan
la cabeza de la joven emperatriz.
El silencio violento se apodera
de las mesas y el frío en las sabanas de los amantes. Una ira que solo la
conocen los débiles y humillados. La misma que sed que pedía la sangre de
Silas, se apodera de las manos y las palabras de quienes aman.
Las casas de piedra y árboles
frutales orgullo de esa ciudad se ven sombrías.
Es Prior de Midas, primo de
Silas quien envenena los corazones. Sus amarillentos ojos posaron sobre la
corona y sigue su resplandor en sus sueños. Por el oro de Taraman, Prior
condeno de hambre al imperio.
Sumisión, aconsejan los nobles
de la corte. Temerosos de los ejércitos del Sur, la rebelión de los pobres y
las miradas de las sacerdotisas.
Como el viento antes de la
tormenta, todos sienten su inevitable pasar.
Presagio de un sol
resplandeciente, el usurpador cabalga hacia las montañas de ámbar. Crea una
victoria de sangre y oro bañara su cabeza. Sin notar que las rocas ocres se
teñían de negro, lentamente el león vengador de Loth fue rodeado por la guardia obsidiana.
Rápidas como el viento del
desierto, letales cual serpientes moriscas. La guardia oscura ejecuto al
imprudente traidor. Su cabeza fue el trofeo de esa noche, para decorar los
muros de la capital.
_Yo soy Elis de Azzel,
Emperatriz del continente_ Clamo la joven. En sus ojos, la templanza de la
madre pero en su voz las palabras de su abuelo resonaban. _Este es mi trono y
mi corona quien dude, o repele de mí. Conocerá el frió acero de la hermandad de
la sombra!_ Sentencio.
Los nobles, el pueblo y las
sacerdotisas inclinan sus cabezas ante la Luz del poder.
Continua en El ocaso de los amantes