1 jun 2025

Ofrenda de sangre



Continuación de Sacrificio de huesos

En la costa opuesta, el sargento Arian Domovoy mantiene su mirada en la nave insignia del enemigo que se aleja. La sacerdotisa que dirigió el ataque mágico tosía y su cuerpo temblaba del esfuerzo, solo quedaban una docena de seguidoras de Cassia. El resto se ocupó de evacuar la ciudad. Los refuerzos de la península no iban a llegar a tiempo para evitar la ciudad invadida. El uniforme del sargento estaba roto en varias partes, como la mayoría de los soldados que permanecen en la almena. Arian percibe el descontento y el miedo de quienes se quedaron a defender la ciudad. 

Los cadáveres de los enemigos que quedaban son arrastrados por los restos de la nave destruida con la marea que sube rápidamente. Las flechas de los soldados acabaron con los sobrevivientes. Ningún prisionero, ninguna piedad. Eran las órdenes de la armada carmesí en el preludio de su ataque. 

Los pocos soldados susurraban una plegaria a Thassa para que los protegiera. La sacerdotisa de Cassia, una mujer madura con el velo recogido como una lavandera, descansaba apoyada en una almena. Su rostro color ceniciento y sus labios agrietados son producto de los días de defensa de la ciudad. Las hermanas que quedaban preparaban una comida improvisada para ellas y los soldados. Agua y pan de queso blando.  Las dos seguidoras de la dama del mar mantenían la niebla plata con ahínco. Una de las sacerdotisas de Cassia les daban agua y alimento para que no flaqueará. 



_Por hoy no atacaran_Dijo la sacerdotisa que miraba con orgullo la niebla que cubría toda la costa. Se mantenía densa como una pared translúcida._Podremos dejar la ciudad a estos perros, o lo que quede de ella_ El sargento chasqueo la lengua con disgusto, como la mayoría de los soldados nacidos de Cyanea o de algún pueblo de la Bahía Meerih. No les hacía gracia dejar su territorio a manos del invasor. Uno tan menor como Mantor. 

_No creo que lleguemos, Madre Lorenzza_Susurro Arian con inquietud_Están avanzando en tierra. Los muros no van a aguantar._La sacerdotisa lo miro con angustia. 

_Reuna a sus hombres, los esperamos en la puerta Norte_Ordenó la sacerdotisa acomodando su velo desteñido. Otra sacerdotisa se acercó con una comanda por el sello se trataba de la capital. El sargento dio indicaciones que recorrieran las calles para preparar la ciudad para sus nuevos ocupantes. Deben asegurarse que tuvieran una estancia cómoda.

La sacerdotisa Lorenzza leyó rápidamente la comanda imperial, podía ver su mandíbula endurecerse y sus manos crispadas como garras de gavilán. Sospechaba que el Imperio pedía lo imposible al gobernante de la ciudad. 

Un alboroto en una de las puertas principales hizo que la sacerdotisa y el sargento se voltean a ver. Los soldados que quedaban habían atrapado un grupo de personas tratando de escabullirse por la puerta Sur. Habían robado las tumbas recientes y querían huir con el botín. Las mujeres son tan feas como los hombres. Olían a grasa rancia y las ropas que llevaban demasiado elegantes. Seguramente de los muertos saqueados. 

Una de las mujeres, de baja estatura y de piel como las aguas putrefactas de las alcantarillas tenía una expresión de satisfacción. El sargento ordenó desnudarla, está gritó como una cerda en celo. Como lo había sospechado tenía colgado en su horrendo cuello las llaves doradas de la ciudad. Así como múltiples collares de oro, plata y cobre con las incrustaciones de coral típicas de la ciudad. 

Lo que llevó a que despojaron públicamente a los diez ladrones de las ropas robadas encontrando todo tipo de tesoros del palacio de gobierno. La sacerdotisa concluyó que esas alimañas aprovecharon que la gobernante de la ciudad estaba defendiendo con magia junto con ellos la muralla. La baronesa Victoria Rivercraft perdió a toda su familia en el asedio, como representante de la dinastía se quedó en la ciudad hasta que los últimos ciudadanos estuvieran fuera de la ciudad. 




Victoria observó a los saqueadores con una expresión dura, podía reconocer los vestidos de su madre y hermanas. Los trajes y camisas de hermanos y primos. La bilis se acumulo en su boca. Una ira que le crispaba los dedos, haciendo que el agua se agitara con violencia. Una mujer gorda con cara de sapo sonreía sin pudor, igual que un hombre que parecía un barril de grasa y olía a putrefacción. Estaban disfrutando de esa atención, del dolor de la baronesa del agua. El sargento y la sacerdotisa de Cassia esperaban las órdenes de la gobernante. Arian conocía a la baronesa de su juventud. Confiaba en la noble que había podido aguantar hasta ahora pero, sus fuerzas estaban apunto de caer. Las ojeras daban un aspecto fantasmal, casi etéreo lo perturbaba. 

_ Cuantas torres nos quedan?_Pregunto Victoria mientras contaba a los ladrones. Una de las mujeres de cabello rubio, intentaba taparse el rostro. La baronesa la reconoció y su expresión cambió a tristeza. Por sus manos esa mujer fue sirvienta del palacio. 

_Diez mi señora_Contesto el sargento. Pocos quedaban para la defensa final. Hasta que la flota de Mantor atacará de una vez y para siempre. Según las órdenes de la capital tendrían que refugiarse en la próxima ciudad costera, Rusalka. La entrada al Imperio. Las puertas de plata. No disponían de tiempo como para seguir a las caravanas deben irse ahora y alguien debía sacrificarse para no perder a nadie más. 

La baronesa hablo a parte con la sacerdotisa  Lorenzza  que asintió gravemente._Alimenten a las torres con ellos. Que sirvan para algo_Sentencio con tranquilidad._Asi como estan, ya ensuciaron mi ciudad como para que sigan manchando las ropas de mi familia_ 

Desnudos los ladrones gritaron, rogaron pero fueron arrastrados a las torres que aguantaron los cañones de la fuerza naval de la nación oscura. La sacerdotisa de Cassia dio la orden que ubicaran cada uno de los condenados en una torre así podrían ejecutar el hechizo de manera conjunta con la gobernadora de la ciudad. 

Como la mayoría de las ciudades del Imperio, estas fueron construidas con magia del gremio de la cadena junto con el sacerdocio de Cassia. En el caso de la ciudad portuaria de Cyanea, su muro que rodea a la ciudad con sus torres de 80 metros de altura, tenían el hechizo vinculante con el gobernante de sangre imperial que podía disponer de ellos. Reforzarlos con magia o derribarlos de la misma manera. Cada torre tiene un ¨corazón¨ con conexiones parecidas a tentáculos que conectaban unos con otros. El palacio de gobierno estaba construido de la misma manera, conectado al mar por una serie de ríos subterráneos que desembocaban al mar. Responden a un solo amo. La gobernante que cuando tomaba el poder daba una gota de su sangre para vincularse con la ciudad. También podía disponer de cada vida en ella, para bien o para mal. La idea de abandonar Cynea horrorizaba a Victoria pero tenía un plan, las órdenes de la dinastía tendrán que esperar. Las torres podían alimentarse para fortalecerse, cada 50 años se daba una cabra a cada torre. Pero en tiempos de guerra se necesitaba un alimento más sustancioso. 

Los soldados a la orden del sargento arrojaron uno a uno a los delincuentes al pozo de cada torre, donde unos tentaculos de color negro los atrapaban, estos cambiaban de color a un rojo bermejo. Los gritos de los salteadores de tumbas se perdían en el oleaje salvaje de la marea alta. En tiempos pacíficos, las cabras eran sedadas para que no existiera la agonía.



Un diminuto canal se llenó de sangre uniéndose como una línea roja que recorría el muro, Victoria tocó la sangre con indiferencia, parecía insatisfecha con el castigo. Murmuró palabras arcanas al muro bajo la mirada atenta de la sacerdotisa de Cassia, su rostro era pura preocupación. La magia de los muros podía ser extenuante, la joven había luchado y resistido mucho tiempo. Si abandonaba la ciudad esa magia se volvía inestable pudiendo llevarse la vida de la baronesa del mar. Lorenzza le tendió la comanda con una mirada suplicante. Lo cual hizo que Victoria riera, tratando de consolar a su vieja aya devenida en sacerdotisa personal. Quería decirle que todo iría bien, que el Imperio no dejaría que un reino de montañeses apestosos avancen más allá de su bahía pero las palabras no salieron de su boca. 

Hizo un bollo de papel con la comanda imperial y la arrojó al mar. Sentía alivio y angustia en partes iguales. Observo la ciudad quieta como dormida, como un barco que ya no puede desplegar sus velas al mar. El palacio central, de color negro opuesto al blaco de la ciudad de Snjezana, una sombra que se alzaba por ensima de los templos y las casas abanondadas le rompió el corazón a la baronesa. No quería volver y ver las tumbas profanadas de su familia. 

En Snjezana había gobernado su hermano menor, Ivan de Lorcas conocido como el delfín resplandeciente. Una bala de cañón dejó al delfín sin cabeza en el primer ataque. Dejando a su ciudad a la merced de esos bárbaros. Ahora solo quedaban dos miembros de la ilustre familia Rivercraft, ella y su sobrino Dante de Hidra que se encontraba en Rusalka con los parientes de su madre.  Era irónico que la ciudad construida en un puente era la que permanecía sin tocar todavía. 

El sol se ocultaba en el horizonte, su luz difusa por la niebla parecía un paraje de ensueño como si nada eso fuera real. Los gritos de los ladrones y el sonido de la marea les presagiaba que su ciudad caería esa noche. El sargento y la sacerdotisa Lorenzza la miraban esperando órdenes. _Necesito que hagan algo mas antes de partir_Dijo Victoria con una semi sonrisa. Sus manos temblaban pero su rostro era una máscara de tranquilidad. 


Continua en Tributo de lágrimas


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