4 ago 2025

La luz crepuscular



Continuación de Las cadenas son la salvacion III

Como el día después de un temporal, Belial se recuperaba lentamente de la noche de las llamas vengadoras. Pero las almenas y la roca de la fortaleza continuaba caliente recordatorio de que esa noche caótica. La compañía escarlata se hizo del control militar de la ciudad. La marquesa, de la fortaleza y lo que quedaba de la corte de fuego. La confusión se aplacó en unos días y al finalizar el ciclo los ciudadanos continuaron con sus vidas. 

A la primera luz del día la marquesa colapsó por las heridas y el veneno que todavía corría por su cuerpo. La sacerdotisa Moira se ocupó del cuerpo moribundo de la noble que impartía órdenes desde el lecho en sus momentos de lucidez. El capitán de la guardia escarlata puso guardianes en la puerta de la habitacion de la prima imperial. 

La sacerdotisa Arcyla ocupó el puesto del mayordomo de palacio, manejando la fortaleza con eficacia como una nativa de las tierras ardientes. 

Una sanadora del fuego y su asistente curaron a los nobles heridos de la hoguera infernal. Pudieron curar las quemaduras de la marquesa, supervisadas por Moira que temía que las mujeres tomaran la vida de la noble en venganza pero el miedo que inspiró la represalia de la dinastía cubría todo como una sombra. El final del león de Loth estaba presente en sus memorias. Así como la noche que el fuego devoró al amante imperial.  



Moira se mantenía ocupada con las comandas imperiales y el veneno desconocido que la mantenia distraída de las luchas de poder de la corte. Al parecer no había laboratorios sofisticados en la fortaleza, ni en la ciudad lo cual llevó a la sacerdotisa a conclusiones poco alentadoras. 

La carta con el sello imperial llegó a las manos de la sacerdotisa Moira, cuando trataba que la nodriza de Luca de gritar que amamantaba a un monstruo. El bebe del fallecido conde Alastair come y juega con el brío de un cachorro de tigre. Para desgracia o suerte de la marquesa este la buscaba constantemente y solo dormía cuando estaba en sus brazos.

En una de las salas de gobierno se encontraba una mesa que presidía la marquesa, el capitán de la guardia y Arcyla. Los nobles que quedaban se dedicaban a acercar sus peticiones al gobernante temporal. Moira se acercó al escritorio de la marquesa que discutía con el capitán. Ambos estaban impacientes por marchar a las tierras del desierto. Sin embargo, la situación de Belial llevaría varios ciclos en ser normal. ¿Qué miembro de la dinastía iba a gobernar tal ciudad-estado? Es la pregunta que muchos temían. El padre del conde de Belial estaba exiliado en Tamaran. Su reclamo terminará con su cabeza en los muros de la capital junto a los huesos de los traidores al Imperio. 

La madre imperial estaba asegurando la posición de su hijo mayor en Loth, con un matrimonio a la vieja costumbre. La noticia había llegado hacía un ciclo y el rostro de la noble pasó de la decepción a la resignación. Otro candidato sería Romulo primo de la emperatriz y hermano menor de la marquesa. El artista de las cuerdas de la familia imperial, lo último que sabían es que estaba en la corte de Tai-Shum estudiando las artes de ese país. 

Como supuso Katerina tendría que arreglar el caos provocado por la noche de fuego que borró a la mitad de la corte de fuego, el consejo de las flores se mostraba molesto en sus cartas. Su líder, la madre imperial envió dos misivas donde instaban un castigo a la marquesa por no cumplir con orden de la emperatriz. La respuesta imperial estaba en la manos de Moira, que esperaba pacientemente que la noble.



El infante paso de las manos de la nodriza desbordada a las del capitán que sostenía al niño con una seguridad que impresionó a la mujer. El militar explicó que su esposa falleció en el parto y tuvo que aprender cuidar de un neonato. La nodriza apuntó que la familia de la fallecida debía hacer eso. La expresión del capitán fue oscura y le devolvió el niño dormido. 

La marquesa ordenó que dos guardias acompañaran a la nodriza hasta su cuarto, donde pasaba la mayoría del día y casi todas sus noches. Katerina acostumbrada a la soledad, sentía una cadena de emociones desconocidas, pasaba la mayor parte de sus noches con un bebe, dos sacerdotisas y una nana. Además de dos guardias apostados en su puerta. Pasó su mirada de la puerta a las manos de la sacerdotisa Moira, el sello imperial y el gesto nervioso de los presentes. Toda acción tiene sus consecuencias, cuánto valía la vida de un amante despechado? Se pregunta la noble. Hizo un gesto lánguido con la mano y Moira rompió el sello limpiamente, al desplegarlo dudo en leer en voz alta o entregárselo a la marquesa. Esta despidió a todos y le sacó la carta de las manos. 



_Todos afuera_Ordeno con la voz dura. Todos inclinaron su cabeza, saliendo uno por uno de la habitación. El heredero de Belial dormía en su cuna quemada mientras su nana salió disparada del lugar. 

Las palabras de la emperatriz eran expeditivas, un latigo verbal sin política o sutilezas. Supone que las sacerdotisas que la asistían debían estar profundamente consternadas. 

La palabra arrepentimiento se repite demasiadas veces para su gusto, así como responsabilidad. Katerina sonrió amargamente, que otro camino llevaba al éxito? Dejar que te devoren como presa o consumir al enemigo con sus propias armas. Se acercó a la ventana de la habitación, admirando la vista de la fortaleza y la ciudad. 

Es una inquietud del vacío, que ya nada queda por quemar. El sol en su cenit creaba sombras naranjas sobre los pasillos quemados de la fortaleza. La marquesa se preguntaba cuanto tardaría en reconstruir lo que el fuego y la corrupción habían desecho. Después de tantos ciclos de diferentes lechos, de paja y seda. Perfume y agua de río. No se imaginaba en un solo lugar, su mente cabalgaba a nuevas muertes o besos de Cassia a su sombra hasta que su suerte diga ya no más. Le parecía impío imaginar otro final para sí misma. El olor a especias llegó a su nariz, adivinaba que la cocina servirá guiso de cerdo con legumbres a los sirvientes. Los nobles almorzarian carnero con vino de la capital y torta de nueces acarameladas. A ella solo le traían platos livianos, órdenes de las sacerdotisas por el envenenamiento. Su mirada recorrió el horizonte, la cadena montañosa que divide a Loth de la república libre y las almenas apostadas en el lado imperial del lecho del rio Orhat. El sol estaba alto, algo llamó su atención, un parpadeo de luz y luego otro y otro más alineados como una constelación impía. Estaba cansada, todavía purgando un veneno desconocido incluso por la necromacer de la emperatriz. Pero las luces estaban allí. Inquieta dobló la carta y la puso en la pila de comandas leidas, de nada servían los lamentos cuando solo quedaban cenizas. En un ciclo marcharian al desierto a coronar a una familia que no llevaba ni una sola gota de sangre imperial. Su madre en la corte de sombras de Cassia estaría gritando maldiciones a Elis y a su cuñada Ophelia por semejante blasfemia. 


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